Tras el mítico momento de la pelea monumental, no ves otra opción que darte una ducha ardiendo para que el calor te quite las ideas de la cabeza. No sabes que hacer, no tienes escapatoria, has perdido lo que mas falta te hacía y te has quedado con un puñado de apuntes, gritos en tu casa y un cenicero que empieza a desbordar.
Al salir de la ducha, metes la mano en el armario para sacar una camiseta al azar, total, para lo que la quieres. te pones los mismos pantalones del día anterior y te tiras encima de la cama.
Te enciendes un cigarro y cierras los ojos. Tras cada bocanada de humo blanco se escapa un poco de tu alma, y sientes como poco a poco te vas vaciando por dentro. No tienes ni idea de que hacer, estas perdido en un mar de dudas y nicotina cuando de pronto abres los ojos. Miras al cigarro y lo apagas a medio fumar.
Vuelves a cerrar los ojos y piensas. Piensas en todos los buenos momentos que pasaste junto a ella, en todo lo que sentiste cada vez que la mirabas a los ojos, cada vez que sentías sus labios rozando los tuyos y sonreíais los dos. Aquellos paseos bajo la lluvia y su manera de contestar “y yo” a cada te quiero que salía por tu boca. Y vuelves a sonreír.
Vuelves a sonreír y te enciendes otro cigarro, pero esta vez sabe distinto, esta vez notas que te llena, notas que poco a poco te vuelves a sentir persona, y pones los pies en la tierra. Y a cada calada que le das, te acuerdas de todo un poco mas, cierras los ojos y casi puedes tocarlo, siente que puedes estirar el brazo y acariciar su cara.
Pero vuelves a abrir los ojos y esa sonrisa NO se ha borrado, porque a cada calada que le vas dando, te acuerdas del día en que te juraste que siempre serías feliz.